viernes, 5 de enero de 2018

Consumo de identidades

Siempre me ha parecido absurda la consigna: "Sé tú mismo".

Solemos decirlo situados en la torre de la superioridad existencial, ataviados con túnicas blancas demostrando una intachable moral y cargando un pesado libro de reglas para vivir correctamente (o por lo menos de una manera políticamente correcta).

Sin embargo, me pregunto, si realmente conocemos a qué nos referimos cuando le exigimos al otro que sea "él mismo". Alguien que ha nacido en un lugar en el que, desde el momento de su llegada, le han impuesto normas, costumbres, lenguaje, religión, tradiciones, un nombre, etcétera, sin habérselo consultado, siquiera.

Y ahí nos mantenemos en una lucha constante entre lo que nos piden que seamos, lo que quieren que seamos y lo que nosotros pensamos que somos. Balibar decía no hay una identidad dada, de una y sin más, sino que nos vamos identificando con distintas cosas; una identidad dinámica. Así que, no vayan a culpar a los autores pesimistas de las crisis existenciales que vivimos. El no ser de aquí ni de allá es algo propio del ser humano; nos mantenemos en un búsqueda constante de eso que los otros nos piden enfáticamente pero que nadie sabe, en realidad, a qué se refiere.

"Sé tú mismo", le dice la madre a su hijo cuando lo ve enajenado. "Sólo sé tú mismo", le aconsejamos al amigo que nos pide un consejo de amor. Pero lo que se esconde detrás de esa frase trivial no es más que un "permite que se manifieste ante el otro tu podredumbre interna compuesta por una multiplicidad de elementos que has ido acumulando a lo largo de tu triste vida vacía".

Y así, sin saberlo, le aconsejamos al otro que atormente lo poco que le queda de estabilidad mental.

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