El segundo de ellos me atormentó como hacía mucho no me atormentaba un sueño. Es curioso cómo en el momento en que lo estamos experimentando lo sentimos de una forma bastante real. Y es que un encuentro con lo real es bastante insoportable; así un encuentro con eso real que nos acecha en el sueño, resulta monstruoso.
Volvía yo a casa, después de un largo viaje y después de tener más de un mes sin hablar con mi pareja (o ex pareja, a estas alturas y con esa distancia simbólica y real ya no sé qué es lo que somos). Deseaba verlo para que se encontrara de frente con mi indiferencia y mi silencio, así que subí a su encuentro. Se encontraba acostado en el que, en el sueño, se suponía nuestro cuarto. Estaba ahí, con el celular en la mano y una sonrisa burlesca adornando su cara; yo seguí de largo, fingiendo buscar algo. Justo después de que yo entrara y le ignorara, él recibió una llamada de una mujer, a la que puso en altavoz y a la que respondió: "sí claro, ya bajo, en un momento te abro".
Yo con la sangre que me hervía, propia de una mujer iracunda, le preguntaba que quién era, que con quién iba a verse. Él, con arrogancia, me decía que no era nadie, que no preguntara más. Entonces me rompía completamente, desmoronándome le pedía que me dijera qué es lo que estaba pasando, que porqué me ignoraba y porqué era tan indiferente ante mi presencia. Sin embargo, él se quedaba de pie, mirándome cómo me deshacía, observando cómo perdía la cordura, sin sentir un ápice de compasión por mí. Y ahí estaba yo, rogándole que se conmoviera ante mi desesperación y mi dolor.
Yo con la sangre que me hervía, propia de una mujer iracunda, le preguntaba que quién era, que con quién iba a verse. Él, con arrogancia, me decía que no era nadie, que no preguntara más. Entonces me rompía completamente, desmoronándome le pedía que me dijera qué es lo que estaba pasando, que porqué me ignoraba y porqué era tan indiferente ante mi presencia. Sin embargo, él se quedaba de pie, mirándome cómo me deshacía, observando cómo perdía la cordura, sin sentir un ápice de compasión por mí. Y ahí estaba yo, rogándole que se conmoviera ante mi desesperación y mi dolor.
Pero ahí estaba él, impasible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario