Leía en Bartleby: La felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre; pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe. Y a mi mente vino el recuerdo de la afirmación que hace el filósofo Comte-Sponville al decir que quien decide estudiar Filosofía es porque en el fondo es infeliz. También me gana la rabia al ver la arrogancia de mis compañeros de carrera. La hipócrita cara que muestran al sugerir el diálogo y al apertura que debemos tener hacia otras líneas o formas del pensamiento y estudiantes de otras facultades; pero lejos del foco de las miradas y los oídos ajenos, se mofan de los argumentos y fundamentos de los otros y se vanaglorian de sus propios logros como si fueran éstos la única verdad sobre la Tierra. No niego que en ocasiones me he visto embriagada por ese pensamiento de superioridad. Querer de-mostrar que mis conocimientos llevan la delantera por encima de quien se aventura a pensar por sí mismo de una manera "banal". Me considero siempre de vuelta en un largo camino que, a decir verdad, no tiene retorno, pues no conoce un final concreto, una meta fija, una última respuesta. Pero quizá lo que se esconde detrás de la falsa soberbia es una terrible inseguridad y una concurrida soledad. El gran maestro nos enseñó que no sabemos realmente nada, que nadamos en la incertidumbre porque somos prisioneros de nuestros sentidos, prisioneros de un mundo aparente, de una verdad a medias. Hasta los mayores paradigmas científicos peligran a la llegada de un nuevo paradigma. Las verdades científicas también son cambiantes y discutibles, ergo no pueden suscitar la unanimidad. Entonces ¿dónde podemos edificar nuestros castillos de roca si todo lo que hay es pantano? Cuando pasó por nuestra cabeza entrar a estudiar la licenciatura en filosofía seguramente íbamos buscando respuestas que no encontraban sosiego en nuestra realidad. Íbamos como ladrillos en la pared buscando sentido a ser sólo ladrillos o dejar de serlo. Pero poblados de una incertidumbre y que con el paso de los años estudiando la historia de la filosofía y analizando uno que otro pensamiento, no cesó sino que creció y no paró de crecer. Yo no sé qué tan desgraciados se tornen mis compañeros al seguir en este puente de tablas rotas; por lo menos saben esconderlo muy bien. Pero sé que en el fondo esconden ese dolor que se siente seguro en cada soledad. Porque somos soledades compartiendo un mismo espacio, aún acompañados estamos "más tristes que el silencio y más solos que la luna". Cuando uno desea decantar su sentir/pensar, volver la subjetividad, lo informe en algo objetivo, sufre al no poder plasmarlo en su totalidad. Siempre hay algo que se nos escapa. Es la primera de las frustraciones: no poder expresar totalmente lo que se desea. Luego nos enfrentamos a que quizá la forma que le damos no es la ideal y por último que, en toda comunicación, tiene haber una interpretación. Es durante la interpretación que corre el riesgo de perderse gran parte de lo que se quiso decir. Esa es la segunda de las frustraciones: que el otro no entiende, en realidad, lo que yo quise comunicarle. Y es en esas frustraciones donde radica la tristeza, el dolor y la soledad del filósofo. Y bueno, de alguna manera, la de todos. La diferencia está en que el filósofo es consciente de estas frustraciones y tiende a multiplicarlas. Ahí la razón de su arrogancia, de su vanidad, que en el fondo no es más que un vacío lleno, es decir, un terrible caos.
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