El que hace públicas sus ideas corre el riesgo, en efecto,
de convencer a los demás de su verdad, de influirles y, por lo tanto, de encontrarse
en el papel de aquellos que aspiran a cambiar el mundo. ¡Cambiar el mundo! ¡Qué
monstruoso propósito! No porque el mundo sea admirable tal como está, sino
porque cualquier cambio conduce inevitablemente a lo peor. Y porque, desde un
punto de vista más egoísta, cualquier idea hecha pública se volverá tarde o
temprano contra su autor. Hay que estar enamorado de su vida como un escultor
puede estar enamorado de la estatua que esculpe.
MK
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