Conocí a Sabines a la edad de 8 años. No en persona pero sí en poesía. No sé si sea pertinente decir que lo conocí, pues esta afirmación supondría muchísimas cosas de las que no puedo vanagloriarme.
Recuerdo perfectamente mis cuatro años en el club de literatura. No sé qué serie de causas habían llevado a mi madre a inscribirnos, a mis primos y a mí, a ese espacio de lectura.
Cada año, entre las tantas actividades que llevábamos a cabo, Bertha y Humberto organizaban un evento de fin de cursos donde declamábamos, leíamos pequeños escritos hechos por nosotros, cuentos, lectura grupal, etc.
Esa ocasión me habían asignado "La luna" de Jaime Sabines. Me la aprendí, la declamé, hubo aplausos, felicitaciones, bla bla bla, nada más. Han pasado los años y, aunque durante toda mi vida no he dejado de lado la poesía, no había vuelto a releer ese poema hasta hace poco. Lo leí pausadamente, con el recuerdo vertiéndose en mi pensamiento, con los sentimientos aflorando como primavera de jovencita preparatoriana enamorada. Lo volví a leer y comprendí muchísimas cosas que en su momento no cobraron importancia en mí.
Pero, aún cuando esa chiquilla que fui, no creía entender el pedazo de poema que tenía enfrente, saliendo de sus labios, aún cuando no pensé que tuviera incidencia alguna... sé que de alguna manera me quedó tan grabado, que sin ese poema, ese momento, no sería quien soy ahora.
Como el cuento ese del aleteo de la mariposa que puede causar un maremoto en el otro punto del mundo.
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