Día de hartazgo #4532

Uno termina por acostumbrarse a la soledad...a estar solo de día y a estar solo de tarde. La hora del almuerzo, que anteriormente se mostraba amarga y oscura, recobra su tintura y abraza con el suspiro callado del yo. Creo que me estoy acostumbrando a eso. A manejar sola, a caminar sola, a reír sola, a llorar sola; a contarme mi más grandes secretos y a aconsejarme y regañarme y decirme que todo va a estar bien o que si no va a estar bien y va a estar peor, por lo menos estamos ahí para echarnos la mano. Y cuando me he dicho eso, me he reconocido como una persona noble, mansa y mensa. Pero luego vienen a mí los pensamientos más repugnantes, de una bajeza contradictoria y, como no puedo escapar de "mi misma", el conflicto interno me lleva a la decepción, a la tristeza y entonces soy consciente de mi soledad y quisiera no estar sola nunca más. Pero volteo y sólo me veo a mí. Ese cuerpo robusto que se ha ido formando con los años, a quien desprecio y a quien amo y me miro en un espejo que no logro entender si es mi mayor enemigo o mi más grande aliado. Y entonces me vuelvo a enternecer y me abrazo bajo el sonido ambigüo de las lágrimas, que a veces parecieran leves risas. Y me digo que nunca me traicionaré, que aún si el mundo se encuentra de cabeza y de espaldas...yo nunca me alejaré de mí. No como una tragedia que no me permita escapar de tal destino, sino como una promesa que sólo yo me puedo hacer. Y cuando estoy de regreso, rodeada de personas que me han buscado o que causalmente se encuentran en el camino y no se explican si me encuentro perdida o escondida, me inundan nuevamente esos deseos de estar sola. De alejarme de sus juicios, de sus preguntas, de su dedo que señala tan implacablemente y que  le importa un carajo si lastiman, si condenan, si destruyen, si nada. Uno se acostumbra a estar solo porque la sociedad/uno mismo lo/se ha condenado a la soledad. Primero la necesitas, luego te produce asco.