Atrás de mi casa vive una familia disfuncional, como en gran parte de México. En esa familia disfuncional vive una señora ( o eso supongo por el timbre de su voz) que grita como cacatúa (o peor). Esa señora, desde que tengo uso de razón, siempre se ha caracterizado por inventar los insultos más mediocres y desafinados del universo entero. Lo curioso es que estos insultos, los cuales dirige a sus hijos y a todo el que la haga enojar, siempre se regresan a ella: "hijo de tu chingada perrísima madre" "Ojalá se muera la que te parió porque trajo una mierda al mundo" Poético, ¿no es así?
No hay día en el que sus estruendosos insultos no armonicen mi casa. Cual Sísifo estamos condenados a restarle sentido a nuestra existencia a partir de esa gruesa roca.
Pero el día de hoy, algo cambió. La mujer estruendosa tuvo un nieto, pues, a decir de ella, a su hija al parecer se le descompuso la tele.
Ese bebé, próxima víctima de los gritos de la mujer (claro está en unos años más), al parecer ha traído un poco de alegría a esa casa. ¡Vaya tragedia!
La alegría y la dicha que ese bebé ha traído a esa casa significa nuestra desgracia. La malvada mujer aún no le grita pero le hace cariños. Cariños que parecen los mismísimos lamentos del diablo. Esa voz chillona y horrible haciendo cariñitos, es lo peor que pudo pasarle a mis vacaciones.
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